ESTUDIANTES DESTACADOS

La vieja paloma que todo lo veía desde allí, le dijo que un vecino invasor, sigiloso e invisible estaba atacando a las personas y obligando a que se quedaran en sus casas, por lo cual las risas de los niños jugando, las personas hablando, todo se había apagado; desconcertada y sin entender todo lo que sucedía, Ana empezó a buscar a su amigo por toda la ciudad, pues a pesar de años de amistad no sabía dónde vivía, visitó los parques metropolitanos, los restaurantes del centro de la ciudad, las iglesias y demás lugares en los que pensó podría estar, pero no encontró a Carlos ni a ninguna otra persona que la pudiera ayudar. Muy triste y cansada, se posó en la ventana del hospital San José, y para su sorpresa la persona que estaba en la habitación 207 de aquel hospital era Carlos, y ella no podía hacer nada, lo veía en una cama y desconsolada cada día le traía ramas a su ventana para alegrarlo y que él supiera que ella estaba allí para él, pero lamentablemente Carlos no sobrevivió los ataques de aquel invasor que no lo dejaban respirar, el gusto y tacto a él le quitó y se lo llevó.

De vez en cuando Ana y sus amigas iban a visitar a Carlos al cementerio y jugaban con las suaves nubes recordando el cariño y las manos de aquella bondadosa alma. Desde entonces dicen que las palomas de la plaza de Bolívar permanecen allí para recordarlo y demostrar que una persona que quiera cambiar el mundo no necesita de dinero, sino que basta que tenga algunos granos de maíz y quiera compartirlos con un poco de bondad y amor en su corazón. 

Los granitos de maíz
Daniel Felipe Pineda
401 JM SEDE B
Colegio Manuel del Socorro Rodríguez IED